Fue entonces que los vi. Brasa rojiza, crueles los cuernos, montañoso el lomo y lóbrega la crin como los ojos que acechaban malvados. Eran miles. Son los bisontes, dije. La palabra no había pasado nunca por mis labios, pero sentí que tal era su nombre. Era como si nunca hubiera visto, como si hubiera estado ciego y muerto antes de los bisontes de la aurora. Surgían de la aurora. Eran la aurora. No quise que los otros profanaran aquel pesado río de bruteza divina, de ignorancia, de soberbia, indiferente como las estrellas. Pisotearon un perro del camino; lo mismo hubieran hecho con un hombre. Después los trazaría en la caverna con ocre y bermellón. Fueron los Dioses del sacrificio y de las preces. Nunca dijo mi boca el nombre de Altamira. Fueron muchas mis formas y mis muertes.
Jorge Luis Borges, El advenimiento.
